Como cada día a la caida del sol,
el gigante cobraba vida
en la frontera entre la tierra y el mar,
permanecia erguido, altivo
con su lenguaje luminoso
Al otro extremo de la bahia
la pequeña baliza
de la entrada al canal
admira la atalaya
mientras humildemente
con su luz roja
repetia incesante:
te quiero...te amo.
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